Airman by Eoin Colfer

Airman by Eoin Colfer

autor:Eoin Colfer [Colfer, Eoin]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Juvenil, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2007-12-19T05:00:00+00:00


PRIMERA PARTE

BROEKHART

12

ÁNGEL O DEMONIO

LITTLE SALTEE, 1894

La noche que Arthur Billtoe se encontró con el diablo estaba disfrutando de uno de sus pasatiempos preferidos. El carcelero se encontraba holgazaneando en un cómodo escondite cercano a los acantilados, en la costa de Little Saltee. Billtoe disponía de una media docena de rincones semejantes por toda la isla, en los que podía tumbarse a descansar cuando la vida en la prisión le atacaba los nervios.

Echar una cabezada no resultaba sencillo en una isla amurallada, con una fortaleza que se elevaba en el extremo sureste y una docena de torres de vigilancia a lo largo de la propia muralla.

«Maldita luz eléctrica —reflexionaba a menudo—. Así no hay quien pueda echarse una siesta».

El lugar en el que ahora se encontraba era el que más le gustaba. Se trataba de un pequeño hueco de poca profundidad, cercano a la huerta de salicores y a unos quince pasos de la base de la muralla. El suelo consistía en una antigua lona alquitranada que los muchachos del ferry habían desechado, y el techo estaba formado por una vieja puerta, con su marco y sus bisagras, que se remontaba a los días de Heck el Errante. El escondite resultaba prácticamente invisible desde fuera, ya que la puerta estaba cubierta de barro, hierba y maleza.

Billtoe sentía una oleada de orgullo cada vez que, a hurtadillas, se sumergía en aquella acogedora oscuridad que despedía un olor acre. De todos los refugios que utilizaba para dormir, éste era el mejor, libre de humedades bajo cualquier circunstancia. Además, Billtoe podía apartar la mirilla de la puerta y utilizar el hueco a modo de chimenea, lo que evitaba que la gente detectara la lumbre de su cigarrillo.

«Una calada más —pensó—. Una más y vuelvo al trabajo».

Desde que seis meses atrás Conor Finn hubiera desaparecido, Arthur Billtoe pasaba cada vez más tiempo en sus escondites. No es que echara en falta al joven soldado, pero se temía que el mariscal Bonvilain tuviera sus planes para el muchacho, y el hecho de que éste hubiera muerto no debía de formar parte de esos planes.

La noche de la desaparición de Finn, Billtoe se pasó una eternidad junto al tiro de la chimenea, lanzando alaridos. Al cerciorarse de que resultaba inútil, fue a buscar a un golfillo procedente del este de Londres, de unos doce años de edad, condenado a otros tantos años por robar a ciudadanos acaudalados, y le hizo subir por el tiro con la promesa de que reduciría su condena en gran medida. Después de pasarse allí medio día, el niño bajó con las manos vacías y Billtoe le obligó a subir otra vez a punta de pistola. Tras cuarenta y ocho horas más en el laberinto, el crío regresó sin novedad alguna y con las rodillas ensangrentadas. No había nada que hacer. Conor Finn no se encontraba allí arriba. De alguna manera, había embaucado a Arthur Billtoe.

Fue entonces cuando el guardián de la prisión empezó a preguntarse acerca del carnicero que se había quedado enredado en uno de esos globos de aire caliente.



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